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LA PIEDRA DEL BUEN ROLLO  
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El libro
                           
         
                         
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THE 
STONE
OF GOOD 

FELING 

   ©
 
Por
Arturo Costa
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Registre de la propiedad intel-lectual nºT-0150-2009
The Stone of Good Feeling (la Piedra del Buen rollo)
Autor. Arturo Costa
Depósito legal. PM 1701-2009
ISBN 978-84-9916-184-6
Publicado por Bubok Publishing.com
Impreso en España
 
 
El 10% de los beneficios obtenidos por esta obra, irán destinados a "Asociación del Duelo de Monzón (Huesca)"
 
 
 
 

 
Dedicado.
 
        
* Para todos mis amigos, Los que se fueron, los que están, los que vendrán.
*Para todas aquellas personas, que han padecido la Barbarie de la sin razón del terrorismo y nadie se lo ha reconocido.
 Y como no, para las víctimas de Hipercor.
 *Para mi familia, que estando tan lejos, están tan cerca.
*Para mis hijos, los tres, pues siempre les llevo conmigo.
* Para mi esposa inductora del proyecto:
          “Stone of Good Feeling”
*Para Nuria y Enric, por creer en el proyecto y animarme hasta la saciedad.
*Para Javi y Nuria, porque en su silencio esta mi motivación.
* Para Ernesto, por llevar conmigo tantos años.
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

 
Índice.
 
Prólogo……………………………………………………...8
Recuerdos………………………………………………….11
Las historias………………………………………………18
Sus frases………………………………………………….27
El terreno………………………………………………….32
La primera carta………………………………………….37
El atentado………………………………………………...48
La primera búsqueda…………………………………….59
Verano del 94……………………………………………..65
Gran amor………………………………………………...72
La revelación……………………………………………...83
Mi hijo……………………………………………………..96
El libro……………………………………………………102
El secreto de la carta…………………………………...112
La prueba……………………………….………………..120
El triangulo encontrado………………………………..130
La sorpresa……………………………………………...143
Primer tramo…………………………………………….153
El lugar…………………………………………………..161
La cueva………………………………………………....167
La caja…………………………………………………...173
El gran secreto………………………………………….181
La piedra del buen rollo……………………………….201

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Prologo
 
 
Desde pequeños, desde que nacemos, nos dicen lo que está bien, lo que está mal, nos dicen que esto es así, nos guían siempre, con el convencimiento de que eso que se nos dice o se nos enseña, es real, que es cierto, que es así.
 No hay otra opción, somos pequeños y nos hacen a imagen y semejanza. Conforme pasan los años y nos vamos haciendo mayores, vamos cambiando de pensamiento, de manera de actuar, de pensar, de hacer. Descubrimos que es posible que aquello que nos enseñaron de pequeños, no sea todo real y empezamos a buscar, nuestras propias verdades.
Seguramente, muchos de nosotros tenemos recuerdos de nuestros abuelos, de su forma de vida, de cosas que intentaron que aprendiéramos.
Es posible, que muchos guardemos, fotogra-fías, cartas, objetos, que pertenecieron a estos últimos.
Mi intención al escribir esta novela, es dar a conocer un legado, que ha hecho que mi vida cambiara, que ha hecho que la vida de mis amigos cambiara, que hará que vuestra vida, si queréis cambie.
Unas líneas más, solo para dar las gracias, en primer lugar, a vosotros por leerla, a mi mujer, por ser la fuente de energía que hace darle luz a mi vida. A mis hijos, pues son el interruptor. A mis amigos, que me apoyaron y siguieron lentamente, pero con constancia, la consecución del libro y del proyecto. A mi madre, por ser la persona que me trajo la ley de Atracción a casa.
 Quiero dar las gracias también, a todas las personas que no creyeron en este proyecto, que no creen en la ley de Atracción y me catalogaron de loco.
Y como no, a todas las personas que dieron a conocer la perfecta ley del universo, mi más sincera felicitación, bendición y las gracias.
 
Artur Costa
 
 
 
 
 
 

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

Capitulo 1
                                               Recuerdos
 
 
 
 
S
 
i en tu viaje de la vida, has oído, leído o visto, alguna vez, algo relacionado con la ley de atracción, sabrás que lo semejante atrae lo semejante; si es así, entenderás muchas de las cosas que aquí describo.
 
Si no es así, seguramente te habrás preguntado alguna vez, el porqué, de muchas de las vivencias que tenemos durante ese viaje, que es nuestra vida.
 
Hablo, de esos encuentros inesperados con aquellas personas que hace tiempo que no vemos. De acordarnos de algo o alguien y aparecer o llamar por teléfono, decir en algún momento, necesito tal cosa y por algún motivo, aparecer de la manera más extraña. Y como no, de esos momentos en los que la vida, te pone una serie de trabas y esas trabas parece como si no desaparecieran nunca.
 
La vida, un viaje lleno de altibajos, de sorpresas, desengaños, felicidad, trabajo, lucha y como no, de momentos que no entendemos.
 
Momentos que quedan grabados, por desgracia en tu retina, en tus recuerdos, en tu día a día, que hacen que este viaje sea más extraño.
 
Comoextrañas, son a veces las conversaciones que de niño, mantienen los abuelos contigo. Momentos, que quedan grabados en tu memoria, en los que ellos, de forma voluntaria, te enseñan, te curten, e intentan que tú, no cometas los mismos errores, que ellos cometieron en su día, aún a sabiendas, que seguramente, caerás, como cayeron ellos.
 
 
       El mío, fue uno de esos abuelos curtidos por la guerra civil, de los que pasaron hambre en la posguerra, de los que perdieron mucho en la guerra, teniéndolo casi todo antes.
 
Mi abuelo se llamaba Rafael, era uno de esos abuelos entrañables, de los que vemos muy a menudo dando paseos por los parques, por las calles de las ciudades o pueblos de nuestro país. De esos abuelos que cuando te van a buscar al cole, siempre te traen alguna cosilla, una chuche, el tebeo o simplemente la propaganda, de una juguetería. De los que con paciencia sublime, aguantan los problemas domésticos de sus hijos. A los que la gente, cuando tienen problemas, acuden para que les den una solución, vamos, casi un patriarca.
 
 Con cabellos muy blancos, moreno de piel, de aspecto un poco enclenque, quebradizo diría yo, con aspecto alegre, risueño, su mirada desprendía paz. En la que podías entrever el sufrimiento acaecido durante su vida, vida esta, llena de experiencia que manaba por todos los poros de su piel arrugada, cansada, acostumbrada al trabajo.
 
 
Él, como mi madre, nació en un pueblo de Córdoba, llamado Castro del Río. Un pueblo de vida sencilla, de los de la época, con sus casas encaladas, con gente sentada en sus puertas tomando el fresco. De calles empedradas, con su fuente en la plaza del pueblo, con la iglesia de aspecto cuidado, en la que seguramente para la época, sería la mejor del pueblo.
Donde era normal, reunirse en verano en la plaza mayor y tomarse unos chatos de vino en la cantina y así hablar de todo un poco.
 
 Un pueblo en donde las riadas habían hecho mella, tanto en las gentes, como en las casas, tanto es así, que si paseas por el pueblo, por su parte baja, junto al río o riera, puedes observar placas, donde te indican, la altura que alcanzo el agua y la fecha del acontecimiento.
 
Su juventud, fue tal vez, algo mejor que la de los demás jóvenes, ya que por suerte para él, su padre pudo darle estudios, que para la época y la humildad del pueblo, no era nada normal. No puedo decir con exactitud donde estudio mi abuelo, sé que en Granada, púes la fuente de información, ósea mi madre, no lo recuerda. Sé por un nodo de la época, del cual mi madre me ha hecho mucha mención, que se dedicaba a la construcción, no de paleta, sino más bien, como jefe de obra o algo así. En ese nodo sale presentando un puente, que aún hoy existe, atravesando el río Anoia, cerca de una aldea llamada Can Catasús, perteneciente, al término municipal de Sant Sadurni de Anoia.
 
Supongo, que estudiaría en alguna universidad, ya que por aquel entonces, el padre de mi abuelo poseía algo que en la época faltaba, el dinero.
 
Con una vida relativamente fácil en su niñez, ya que tenían hasta tata, así la llamaba él. Tuvo la oportunidad de viajar, de conocer mundo, Italia, Alemania y Francia, fueron destinos en los que él había estado.
 
Estoy seguro, de que él había estado en esos países, porque durante esas charlas que de pequeño me daba, me hablaba de ciudades, monumentos, ríos, de la gente, de la ley, historias que hoy puedo recordar vagamente. De que eran diferentes de nosotros, no solo por sus costumbres, su lenguaje, sino por su saber.
 
Tras esos viajes, conoció a mi abuela, se casaron y tuvieron dos hijas preciosas, acomodado, con dinero y con estudios, había conseguido una de las cosas que más se valoraban en la época, aparte del dinero. Poseía algo que en la época, era más poderoso que este último y que con el transcurso de los años, no ha cambiado en absoluto, contactos.
 Así su vida, transcurrió medianamente bien hasta la llegada de la guerra.
 
Durante la guerra lo perdió todo, dinero, posición, la casa. Como muchos españoles, buscó la manera de salir adelante, dar de comer a sus hijas y su mujer era primordial, tomando seguramente la decisión más dura de su vida, al menos en aquel momento. Emigrar, desplazándose desde ese pueblecito de Córdoba, hasta Sant Sadurni de Anoia, un pueblecito de Cataluña. Al no poseer dinero, el viaje lo realiza-rían a pie “andando”. Con él, se llevó a sus hijas, su mujer, un poco de ropa, una piedra, una cajita de madera y mucha ilusión.
 
Atrás dejaría una casa casi en ruinas, un pueblo donde se pasaba hambre y una familia, que no volve-ría a ver.
 
Mi madre, no sabe decirme con exactitud, cuanto tardaron en llegar, pero si me explicó, que hasta asentarse en Sant Sadurni de Anoia, mi abuelo fue trabajando, en diferentes ciudades y pueblos Madrid, Valencia, Zaragoza, Gerona, el Vendrell fueron destinos donde vivieron.
 
Recuerda como anécdota, que cuando salía de la casa a buscar trabajo, solo se llevaba una piedra, que cuando regresaba, le decía a mi abuela, mañana tajo. Por la mañana cuando mi madre se levantaba, él estaba trabajando, pero en su taburete, que hacia la vez de mesita de noche, siempre le dejaba una piedrecilla.
 
Vivieron en Sant Sadurni hasta la muerte de mi abuela y la boda de mi madre, entonces se desplazaron a Barcelona, en donde mi padre poseía un piso pequeño, pero apto para la vida de tres personas, cambiándose nuevamente de piso al nacer yo.
 
No sé, lo que pasó con la casa de Sant Sadurni, pero me hubiese gustado que no la hubieran vendido. La casa era pequeñita, encalada como las de Andalu-cía. Su madre, solía poner claveles en las pequeñas ventanas de la fachada. En la entrada, tenían unos olivos, plantados en unas macetas de barro. Cuenta mi madre, que en el patio, su madre tenía unos rosales rojos, como el carmín y con aspecto de terciopelo; en ellos, su padre solía poner piedras como la suya. ¡Que lastima que vendieran esa casa!, pues no deja de ser un recuerdo, un legado, lleno de historia familiar.

Capitulo 2
                                                Las Historias
 
 
 
 
 
 
 
Pase toda mi infancia con mis padres, mi abuelo y mi hermana, en la Avenida del Torrente, calle que pertenece a l´Hospitalet del Llobregat, un pueblo de Barcelona, que a la postre, se convertiría en ciudad, por la cantidad de gente que vivía en ella, todo el mundo conocía a mi abuelo, en el barrio de Pubillas Casas.
 
 Por costumbre, salía a media mañana para dar un paseo por el barrio, recogernos a mi hermana Mercedes y a mí en el colegio, llevarnos a casa para comer, haciendo cada día un recorrido diferente, parándose de tanto en tanto, para charlar con unos y con otros.
 
 Por las tardes, después de comer, frecuentaba a menudo, junto con otros abuelos, una especie de comedor de verano; algo descuidado, que había en una bobila delante de casa. Allí aparte de jugar a las cartas, se dedicaban a comentar, las jugadas de la vida, el futbol, el pueblo, experiencias vividas y discutir, porque tenias que tirar esa carta pudiendo tirar la otra. Después cuando se aproximaba la hora de salir del cole, se acercaba a casa, cogía el balón y nos recogía llevándonos a un parque, que más tarde seria conocido como el de los patos.
 
 Solía cogernos, a mi amigo Ernesto y a mí, sentarnos en su regazo y contarnos historias. Historias que solían ser siempre de sus viajes, de la gente que había conocido, de las cosas del pueblo, de su infancia.
 
Recuerdo en una ocasión, una de sus historias. Estábamos sentados con mi amigo Ernesto, en unas rocas que rodean un lago artificial que hay en el parque. El parque, era enorme, con pinos grandes, arbustos, caminos de tierra y espacio suficiente para jugar al balón. Recuerdo, que en el interior del parque, ha-bía una piscina de piedra, con forma rectangular, con una valla de piedra rodeándola a modo de balaustrada. Para acceder a ella, tenías que subir por unas escaleras en forma de medio arco. La piscina, estaba vacía, sucia, en muy mal estado. Entonces, no entendíamos porque no nos dejaban jugar allí; justo debajo y rodeando la piscina, unas caballerizas, sucias, llenas de cartones y ropa, dentro no había caballos, allí en aquellas condiciones inhumanas, vivía gente.
 
 Mi abuelo, nos hablo de que antes de la guerra, antes incluso de que naciera mi madre, estando el estudiando, conoció a una persona encantadora en unas circunstancias extrañas. Gracias a esa persona, pudo viajar, se llamaba curiosamente como yo, Arturo. Italiano, de la ciudad de Ispica, provincia de Ragusa, conocida también por la imagen de una virgen que abre y cierra los ojos.
 
Una persona con mucha riqueza. Inteligentísimo, con planta, bien vestido.  Un ser, que conseguía lo que se propusiera, que curiosamente, vivía el día a día. No le importaba no tener dinero. Curioso, siempre conseguía lo que necesitaba. No le importaba no tener casa. Siempre estaba, de aquí, para allá. No le importaba no tener grandes cantidades de ropa, conseguía la que necesitaba e iba siempre bien vestido. No le importaba no tener cama, encontraba donde dormir, en un hotel o en la casa de un amigo, ¿por qué vivía un hombre de su nivel de esa manera? nos pregunto, nuestra respuesta fue el silencio.
 
-¡Por qué lo había pedido!- Dijo mi abuelo.
-Él pedía lo que necesitaba y él así, era feliz. -Contesto.
 
Le pregunte a mi abuelo, si tenía una lámpara como la de Aladino o si conocía la cueva de Ali-baba, su respuesta fue una enorme carcajada, me miro con esos ojos llenos de paz y continúo su relato.
 
Lo conocí en Granada, al finalizar el curso, junto con dos amigos más, nos quedamos unos días para celebrarlo, tomar unos vinos, en fin. Paseando cerca del convento de los capuchinos, no sé, cómo pasó, me quede parado de repente, como si algo me impidiera el paso.
 De pronto, del convento, salió Arturo, atropellando todo ser vivo que pasaba por allí, o sea, nosotros, nos tiro al suelo, él también cayó. Nos ayudamos mutuamente para levantarnos y recoger las cosas que llevábamos, él recogió mi libro, mi sombrero, se disculpó y yo, le recogí una piedra que se le había caído y su sombrero. Arturo, nos invito a todos a tomar un vino, en una de las tabernas típicas de la zona. No me acuerdo del nombre, sé que estaba construida de piedra, con la barra de mármol desgastado, pegada a la pared, con las mesas en madera y con el camarero (creo que era el dueño) de origen calé.
 Tras la tertulia que mantuvimos, en la cual, se habló de los viajes que él había realizado, los que habíamos realizado nosotros, de la religión. En fin, de un montón de cosas, supe que tendríamos una relación profunda de amistad y así fue.
Arturo, con el tiempo, se convertiría en mí mejor amigo, él me haría ver la vida de otra forma. Me enseñaría a ser feliz, a comprender la ley, a conseguir lo que me propusiera, a ser, como yo quería, no como querían los demás que fuera.
 
En aquella época Ernesto y yo, contábamos apenas con cinco años y la verdad, no entendíamos nada. Nos parecía una santa rayada, pues de alguna manera lo que queríamos era jugar. Me acuerdo por un gran detalle, entre sus manos, tenía una piedra algo más pequeña que una nuez. Jugaba con ella, la acariciaba, la escondía entre sus manos, para luego lanzarla al aire, cogerla y seguir acariciándola con sus dedos.
 Siempre la llevaba consigo, era como cuando sales de casa y coges las llaves, pues él hacía lo mismo con la piedra. Salía de casa y la cogía, de vez en cuando, metía la mano en el bolsillo y notabas como la cogía por el movimiento del pantalón, Dentro de casa, se ponía a escuchar la radio y lo veías con la piedra, apretándola, pasándosela de dedo a dedo.
 
Aquella tarde después de la pequeña charla, no jugamos a futbol, que era lo habitual, nos dedicamos a buscar piedras. Ernesto y yo estábamos desconcertados, con cinco añitos, ambos, lo único que queríamos era jugar, así que mi abuelo se inventó un juego, ganaría el que de los dos le llevara más cantidad de piedras, de premio una piruleta. No valía cualquier tipo de piedra, tenía que ser especial.
 Le lleve unas cuantas, Ernesto, he de reconocer que le entrego más que yo, pero no las quiso, tenían que ser parecidas a la que él tenía. Así que recogió, no sé, entre seis u ocho, en aproximadamente una hora.
 Mientras Ernesto y yo, nos dedicamos a hacer lo que queríamos, que era, jugar a futbol. En un momento dado, mi abuelo se fue a las caballerizas y se puso a charlar con la gente que vivía en ellas. La verdad no sé qué les dijo, parecía como si le conocieran de toda la vida. Nosotros seguíamos jugando al balón, pero esta vez delante de las caballerizas, ingenuos a lo que allí acontecía.
Lo que sí sé, es que pasado un buen rato, nos llamo para que fuéramos, sinceramente en aquel momento me quería morir, pues tenía bastante miedo de las gentes que allí vivían. Nos presento, saco las piedras del bolsillo y me dijo, que se las fuera dando a cada persona que allí vivía. Le di, una a una, a cada persona que había dentro, he de reconocer que pase mucho miedo, pero me tranquilizaba el hecho de que allí estaba mi abuelo, cuando termine se despidió y nos fuimos para casa.
 
¡Ah! decir, que nos compro una piruleta a cada uno.
 
Por el camino le pregunte a mi abuelo,
 
-¿Los conocías?
Me miro y sonrío.
 
Se quedó pensativo, como si estuviera pensando que decirme, pero no dijo nada. Su rostro era de preocupación, creo que nunca le había visto así. Tenía los ojos casi con lágrimas, su cabeza que siempre iba erguida, esta vez estaba agachada, mirando el suelo, en aquel momento me entristeció, pero era tal mi afán de saber, que volví a preguntar.
 
-¿Por qué les diste las piedras?
 
Me volvió a mirar y esta vez me dijo.
 
 -Cuando seas grande lo, sabrás.
 
 Se metió la mano en el bolsillo, cogió su piedra y con voz firme pero dulce a la vez me dijo.
 
“Arturo, no tengas miedo nunca de nadie, pues no debes temer, de los que nada te pueden dar”.
        
Como siempre, en aquel momento no entendí la frase, así que me cogí con fuerza de su mano y seguí saltando, como hacen los niños cuando están nerviosos.
Al llegar a casa, mi madre le pregunto.
 
-¿Qué pasa papa? te veo triste.
 
Mi abuelo le dijo.
 
-nada hija… “La gente, que suele pedir en voz alta lo que en su interior suelen negar”.
 
Recuerdo, que pasadas unas semanas, aquella gente desapareció, no volvieron por allí. Pero desde entonces hasta que falleció, estuvo recibiendo cartas, cada vez que le llegaba alguna, se sentaba en el sillón, la leía, una y otra vez. A veces, me leía algo de aquellas cartas, sentándome en su regazo. Otras, se las leía a mi madre, pero había algo que no variaba nunca, cuando las recibía, sus ojos, su cara, se llenaban felicidad, de alegría, y siempre entre sus manos su piedra.

Capitulo 3
                                           Sus frases
 
 
 
 
 
 
 
Realmente mi abuelo era todo un personaje, difícil verlo discutir con nadie, era como era, no ponía barreras haciendo creer lo que no era, siempre llevaba un buen rollo….con su piedra a todas partes.
 
Decía frases hechas como:
 
-Solemos pedir en voz alta lo que en nuestro interior solemos negar.
-Los problemas son tan complicados como tú quieres que sean.
-Debemos usar el pasado como trampolín de futuro, no como sofá.
-Si llamas al mal tiempo, él vendrá.
-Dios da para todos.
-No digas nunca, de esta agua no beberé.
 
La que decía con más asiduidad era:
 
       -El sol, sale todos los días, aunque este nublado.
 
Una peculiaridad de él, era, que en muchas ocasiones cuando escribía, alguna carta, una postal o una nota, solía poner las primeras letras en mayúsculas. No las ponía en todas, lo hacía al azar. Era curioso ver a mi madre, reñirlo por este hecho, ella, que por lo poco que sé, no contó con las mismas oportunidades que mi abuelo en los estudios o que mi hermana. Se dedicaba a corregir en voz alta, lo que él escribía. Mi abuelo se reía y le decía, que hubiera sido del mundo sin ti hija, la abrazaba por detrás y le soltaba un besazo en la mejilla.
 Yo, lo encontraba entretenido, gracioso, diferente y durante un tiempo, lo estuve haciendo, hasta que en el cole me llamaron la atención y mi madre me castigo.
 
Me llamaba la atención de mi abuelo casi todo lo que él hacía, pero sobre todo, los comportamientos extraños que durante años, casi cada fin de semana tenía. Al llegar el viernes, cogía una bolsa, su piedra, algo de ropa, le pedía a mi madre unos bocadillos y desaparecía, sí, se iba, no sé dónde, pero no dormía en casa. El domingo por la noche, antes de cenar, mientras daban el fútbol, aparecía con las botas y la ropa sucia, con olor a campo, con cara de cansado y con mucha hambre.
Yo, le preguntaba donde había estado y como respuesta sólo me decía:
 
“Algún día tú harás lo mismo.”
 
Este comportamiento lo tendría hasta semanas antes de que se fuera para siempre.
 
Un buen día, al llegar el domingo algo cambió, dieron el futbol y mi abuelo no había llegado. Mi madre empezó a preocuparse, no sabía qué hacer. Mis padres empezaron a ponerse nerviosos, a ir de aquí para allá, dando vueltas por el piso sin sentido, obligándonos a mi hermana y a mí a acostarnos. Yo le pregunte a mi hermana, que estaba pasando y ella intentó tranquilizarme, tampoco sabía que pasaba.
 
La mañana siguiente, nos llevo al cole una vecina, cuando salí a mediodía, nos recogió mi madre, le pregunté, donde estaba el abuelo y me dijo que estaba malito, ingresado en no sé qué hospital.
 
Siento el mismo vació en el pecho hoy, que sentí cuando me dijeron que mi abuelo se había ido para siempre, me lo dijo mi madre, con ojos llorosos y cara desencajada por el dolor, su voz, dulce, intento que fuese lo menos traumático para mí, con seis años era difícil entender, llore, patalee y me enfade mucho. Con el tiempo, ese dolor no desapareció, pero aprendí a vivir con él.
 
Mi madre, intentó en todo momento que la rutina que teníamos a diario no desapareciera, pero así fue. Poco a poco, dejamos de ir al parque de los patos, empezamos a ir por el mismo camino siempre, al regresar del colé. Me apunto a un club, donde se realizaban diferentes actividades, desde fútbol sala, excursiones, física y química, aeromodelismo.
 Club Farell, estaba en la calle escuadras de l´Hospitalet del Llobregat, pertenecía a una entidad religiosa, no sabría decir cuál. El club, cambiaria la rutina de antes, por otra nueva.
 
No solo cambiaria la rutina, si no mi vida, pues empecé a jugar con otros niños. Los sábados, siempre había partido y los días de cada día, uno entreno, otro actividad cultural, recuerdo con algo de nostalgia, como Ernesto y yo, nos escondíamos del cura por los pasillos del club, pues si te cogía por los pasillos, te metía en una habitación y te daba una charla de las de.
 
 
 ¡Qué pesado!

Capitulo 4
                                               El Terreno
 
 
 
 
 
 
 
No puedo decir que tuviera una infancia dura, todo lo contrario, desde mis tíos, mi padre, mi madre, hicieron que mi infancia fuese, una infancia feliz.
 
Mis padres, compraron un terreno en la Bisbal de Penedés y allí, se hicieron construir una casita, para pasar los fines de semana y las vacaciones.
 
El terreno, estaba situado en una pequeña montaña, con calificación de rústico, no teníamos, ni agua, ni luz y mis padres, poco a poco, fueron ingeniándoselas para que la estancia fuese lo más cómoda. La casa, no era gran cosa, muy pequeña, prefabricada de chapa, con dos habitaciones tipo rulote, con una pequeña cocina en el comedor, un sofá enorme con mesa central, que a su vez, se hacía cama de matrimonio. Más tarde, mi padre, colocaría otra a modo de garaje, pero realmente seria el lavabo y un pequeño taller.
 
Rodeado de árboles, de pinos, cerezos, que ha-bía plantado mi padre, rosales. Un limonero, que tanto trajo de cabeza para que cogiera. Los arbustos, que ya estaban cuando nosotros llegamos.
 Con su huerto, en el que mi padre se podía tirar horas, con sus tomates, judías y lechugas.
 Estábamos en plena naturaleza, las ardillas, bajaban desde los pinos a beber agua a un bebedero, los pájaros, venían a primera hora de la mañana para darnos los buenos días y a primera hora de la tarde, para refrescarse.
 Tuve también la suerte de ver todo tipo de animales, desde una zorra, con sus crías de traslado, hasta jabalíes, pasando por perdices, caminando delante de nosotros.
 
Sus calles aún de tierra, serian testigos de grandes caminatas de Ernesto y mías para bajar a la Bisbal los sábados por la tarde, pues abrían una discoteca, bueno más una sala de baile, donde nos juntábamos toda la juventud de las urbanizaciones.
 Realmente ese terreno seria para mí, lo que para mi abuelo fueron sus viajes, los mejores momentos de mi juventud los pase allí. Tengo enormes recuerdos de entonces, de los paseos con Toni, cuando llegábamos los viernes por la tarde, de las salidas nocturnas, de los bailes en el Esplay, para celebrar San Juan, de Vicente, de Cristina y su novio el páyasete, de los padres de Cristina, de mi primer cigarrito, en fin un montón de buenos recuerdos.
 
Al morir mi padre, mi madre lo vendió, los recuerdos, las vivencias eran demasiado fuertes para seguir subiendo, pensando, que su marido ya no estaba.
 
 Me enamoré tanto de la zona, llegó tan dentro de mí, que ahora vivo en Bellvei, un pueblecito del Baix Penedès, muy cercano al terreno. Sito en la nacional 340 entre el Vendrell y Arboç. Pequeñito, cuco, de gente tranquila y amable, que cuando te cruzas con ellos por la calle, aún sin conocerte, te dan los buenos días o las buenas tardes. Donde la vida es cómo en todos los pueblos, revolucionados con las fiestas, tranquilos el resto del año.
 
Decir tiene, que es muy conocido por unos detalles, uno por ser el único pueblo de la comarca, que tuvo durante muchos años una vaquilla para las fiestas del pueblo. También es conocido, por tener el bar “la Juanita” o bar Nou, en el que te preparan un increíble aperitivo, con todo tipo de tapillas, para terminar con un pan con tomate, con algo de embutido, de postres, te traen helados, los cafés y las copas. Tienen tanta gente, que cuando vas, tienes que coger número y hacer cola, pero siempre esta Juanita, con esa sonrisa amable y con detalles para los críos y para los que no son tan críos.
 
No solo hay ese bar en el pueblo, hay más, en todos, el denominador común es, la amabilidad.
 
Quisiera mencionar también, la suerte que tenemos en Bellvei, al tener dos de los mejores cocineros de la comarca, uno junto con su pareja, regentan varios establecimientos en la comarca y un catering, de nombre Frank y Gemma. Su cocina de autor, es sin duda alguna una delicia para los paladares más exigentes y en sus establecimientos como, Rte. Chávela, Las Casetas o en el restaurante Golf Vendrell, una simple comida o cena, se convierte en una fuente inagotable de sensaciones en tu paladar.  El otro, de cocina tradicional, te devuelve con su cocina a otros tiempos, a otra época.
 
 Seguramente también, es conocida por las Gorras de Cop. Son unas gorras que se ponían a los niños pequeños antiguamente, para que cuando se caían, no se hicieran daño en la cabeza. Están hechas de esparto y gracias al Sr. Font, alcalde del municipio y a la gente del pueblo, esas gorras, son ahora, motivo de orgullo de un pueblo o como mínimo, así tendría que ser.
 
         Hoy por hoy, en el municipio tenemos dos hoteles rurales, un polideportivo, que es la envidia de la comarca y motor de grandes críticas, radio, piscina, biblioteca, guardería, campo de futbol, consultorio médico, en el que trabaja una gran profesional, como a su vez gran persona, la doctora. Allí también trabaja una persona que a mucha gente le cae mal, pero para mí y mi mujer, tiene tanta paciencia, cómo rectitud en su trabajo. En fin, un pueblo para vivir y disfrutar de la vida, aunque como en todos los pueblos, siempre hay alguien, que está en desacuerdo con la política del alcalde, y seguramente con lo que aquí escribo, pero en fin nunca llueve a gusto de todos.
 
Cuando estoy mal, intranquilo, triste o simplemente necesito paz, me acerco al terreno, La Masieta y estoy un buen rato cargando las pilas. La sensación de tranquilidad, el poder revivir los buenos momentos, los recuerdos, el buen rollo.

Capitulo 5
                                      La Primera Carta
 
LA PIEDRA DEL BUEN ROLLO  
 
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