Lo que jamás me habría podido imaginar es que, años después, el NEN me llamara para decirme que iba a publicar un libro: “La piedra del buen rollo”. Mi impresión al ofrecerme las galeradas fue pensar que me encontraría la continuación de aquella época vivida veinte años atrás. Buen rollo, una piedra, una historia. El NEN volvía a las andadas y seguro que había escrito un libro para echar cuatro risas. Desconozco la causa, pero creí que sería un libro de anécdotas de nuestra época juvenil, porque si algo habíamos tenido había sido “buen rollo”, aunque esa expresión todavía no se utilizara a finales de los ochenta.
Como decía la Orquesta Platería, “la vida te da sorpresas”. Me envió el libro via e-mail un par de horas antes de salir en AVE hacia Madrid y guardé la información en un USB. Junto a mí, en el viaje, un alto cargo de la Administración con quien debía aprovechar el trayecto para comentar ciertos asuntos sobre víctimas del terrorismo. Mientras mi acompañante atendía una llamada, conecté el portátil y descubrí una faceta escondida de mi buen amigo Artur, el NEN. Sabía reír, sabía vivir y ¡¡¡ también sabía escribir!!!.... Encontré una historia tan personal y penetrante, que mi acompañante se enganchó a la lectura igual que yo y empezamos a hablar de nuestros asuntos al Okayama de la calle Sagasta. Esa misma noche terminé el libro en el último AVE de vuelta a Barcelona.
Pero hace unas semanas, cuando me envió la galerada de su segundo libro, me enganchó de nuevo. En el libro que tienes en tus manos, descubrirás unas situaciones vitales que solo pueden describirse en primera persona, como el NEN lo hace. Los detalles que nos presenta de su entorno familiar y de relaciones cercanas son impecables y nos demuestra lo importante que es la amistad para el NEN. La historia que presenta es una continuación del primer libro. Es recomendable haber leído el primero para comprender, en su intensidad, el que ahora presenta.
Pero ahora nos encontraremos con una novedad. Mientras en “La piedra del buen rollo” el NEN hace una completísima descripción de la geografía comarcal de su lugar de residencia para explicar la situación de “la cueva” (el verdadero enigma de la historia), en este el autor penetra en la historia de los templarios, una de las órdenes más enigmáticas en cuanto a lo relacionado con la historia de la religión, tanto en Cataluña como en España y Europa.
No miento si digo públicamente que jamás me hubiera imaginado que el NEN sería capaz de realizar una incursión histórica en un asunto tan complicado como el que sirve de hilo conductor. El desarrollo del mundo templario, las localizaciones, la historicidad y los datos aportados muestran un enorme trabajo de investigación que el NEN ha conseguido hilvanar con una situación personal muy bien desarrollada. El libro que presenta, su segundo libro, es muy delicado, por cuanto presenta una historia que puede llevar a sufrir problemas personales, de relaciones externas y complicadas.
Sabido es que existen ciertas conexiones filosóficas, ciertos lobbis de poder, ciertas “familias” que dominan muchos aspectos de los negocios, de las empresas y de la cultura. No sorprende saber, que mucha de la información que recibimos ha pasado con anterioridad el tamiz de lo que debe o no debe conocerse. En una de sus canciones más desconocidas, decía Miguel Bosé que “quien quiera saber no ha de conocer nunca la verdad”.
Pues bien, de eso nos habla el NEN en este segundo libro. De los conocimientos que se transmiten de generación en generación y que, una vez descubiertos y estudiados, pueden traer consecuencias a quien reciba la información. Tramas de vigilancia, investigaciones a pie de calle, extraños personajes que deben o pueden marcar las reglas y todo ello, mezclado con una serie de datos históricos, que nos remontan a muchos siglos antes del nuestro.
Me preguntaba mi compañero de viaje a Madrid si el relato era novelado o real. “Y a mi ¿qué más me da?, no se lo pienso preguntar”, le respondí.
Solo me queda confirmar que sea ficticio o autobiográfico, este libro “Macellum” es sinceramente, im-pre-sio-nan-te.
Robert Manrique